
Estos mágicos parajes de los valles de Campoo y Valderredible, abrazan el nacimiento y los primeros pasos del río Ebro, ofreciendo al visitante numerosos atractivos.
Entre tradicionales aldeas casi deshabitadas y un entorno paisajístico de excepcional belleza se podrán admirar algunas de las mejores iglesias románicas o las originales y sorprendentes ermitas rupestres, excavadas en la roca por los primeros cristianos que poblaron la zona, pero, al mismo tiempo, se podrá disfrutar de la mejor estación de esquí de la cordillera Cantábrica, así como de las orillas del embalse del Ebro, el mar interior de Cantabria.
Si a esto le añadimos las delicias gastronómicas, como el cocido campurriano, o el particular modo de vida de las gentes del lugar, está claro que estas desconocidas tierras son el destino pendiente de Cantabria.

Nos adentraremos por tierras campurrianas, por villorrios y aldeas casi deshabitados en los que se entremezclan las tradiciones, la cultura y el encanto de una tierra única que el visitante podrá descubrir a cada paso.
Incluso, como se verá más adelante, después de rodear este embalse lo más conveniente es regresar una vez más a Reinosa para desde allí tomar rumbo hacia Valderredible.
A pesar de este pequeño inconveniente, queremos recomendar esta solución, ya que con la capital de Campoo como punto de partida resultará mucho más cómodo encaminar nuestro pasos hacia los hermosos destinos de esta ruta.
Testigo de hechos históricos excepcionales, Reinosa es el mayor núcleo urbano del sur de Cantabria. Por estos parajes, los primitivos pobladores de los valles se mostraron muy beligerantes ante la conquista romana durante las llamadas Guerras Cántabras (29-19 a.C.).
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Corría el año 1445 cuando Los Reyes Católicos le concedieron a la ciudad el Fuero Real. Eran tiempos de relativa bonanza, como lo demuestran algunos de sus monumentos y el hecho de que Reinosa fuese el lugar elegido para celebrar la boda entre Don Juan, hijo de los Reyes Católicos, y Margarita de Austria.

A finales de los años ochenta, las reestructuraciones que se llevaron a cabo tras la entrada de España en la comunidad Europea afectaron negativamente a la ciudad, que sin embargo ha logrado, al menos en parte, superar esa recesión industrial reorientando su actividad hacia el sector terciario.
Tiene Reinosa algo de ciudad castellana y mucho de montañesa, con sus antiguos edificios, blasonados muchos de ellos, y sus características fachadas de sillería con galerías-balcones. Sin duda, su disposición en el trazado urbano delata claramente el rigor de los inviernos.

Es un palacete construido en el siglo XVIII cuya fachada luce cinco hermosos balcones por planta y elegantes mansardas. En la actualidad, ha sido reacondicionado como centro cultural que suele albergar exposiciones temporales, conferencias, cursos de verano (dirigidos, sobre todo, a la defensa y conservación del patrimonio histórico-artístico) y otros distintos actos culturales.

Sin embargo, son muchos los que opinan que el monumento más interesante de la ciudad es la iglesia parroquial de San Sebastián, ubicada en la plaza del mismo nombre y construida en el siglo XVI, aunque las reformas añadidas en el XVIII le dan un aspecto predominantemente barroco. Declarada monumento histórico-artístico en 1984 presenta tres naves, una torre campanario y una bella portada presidida por la estatua del santo. Guarda en su interior una valiosa colección de retablos, entre los que habría que mencionar el mayor, con una bonita escultura de San Sebastián.
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Sin duda, estos festejos son la mejor excusa para visitar Reinosa y conocer el auténtico espíritu campurriano.
Después de haber disfrutado de lo mucho que nos puede ofrecer Reinosa, iniciamos la primera parte de nuestra ruta, que como ya se ha dicho tiene como destino la estación de esquí de Alto Campoo.

El primer pueblo que nos encontramos en la C-628 es Nestares, prácticamente integrado en Reinosa y donde, al parecer, se hospedó el emperador Carlos I en el año 1557. Desde allí sale una pequeña carretera que nos lleva a las poblaciones de Villacantid y Barrio.

Por su parte, Barrio, núcleo formado por varios conjuntos de casas de arquitectura tradicional, nos permite conocer la iglesia de Santa Juliana (siglo XVII), que guarda en su interior una Virgen de esa época.
Este desvío que pasa por Villacantid y Barrio vuelve después a la C-628, a la altura de Espinilla, pueblo incluido en nuestro itinerario.
Presenta dos torres unidas entre sí por un cuerpo central y rodeadas por una muralla y, probablemente, es el monumento arquitectónico más importante del valle de Campoo de Suso.




Aquí, esos ocultos secretos y sorprendentes detalles de los que hablábamos toman la forma de una bella cascada conocida como Pozo de la Ureña.

Al otro lado de la carretera se halla Mazandrero, una pequeña aldea serrana situada a 1.100 metros de altitud y con tradición de artesanos albarqueros. Deben visitarse la hermosa iglesia de San Lorenzo, del siglo XVII, y el conjunto arquitectónico de casonas solariegas, uno de los mejor conservados de la comarca. Entre las distintas construcciones, la mayoría con escudos nobiliarios, podemos destacar el palacio de los Obeso.


Entrambasaguas (no confundir con la otra localidad cántabra del mismo nombre situada cerca de Santander) es un pequeño pueblo con pocos vecinos dedicados a la agricultura y la ganadería. Interesante resulta la iglesia del siglo XVI, con un retablo plateresco en su interior, así como el puente de un ojo que cruza el Híjar.

Ubicada entre varias cumbres que superan los 2.000 metros, dispone de 17 kilómetros de pistas, cañones de nieve artificial, nueve remontes mecánicos (cuatro telesillas y cinco telesquís) con capacidad para 7.000 esquiadores-hora, tres máquinas pisanieves, área de esquí para debutantes, helipuerto, profesores especializados y un amplio aparcamiento a pie de pistas.

Situado en la confluencia de las sierras del Cordel y Peña Labra, el Pico Tres Mares (2.175 metros) es el techo de la comarca de Campoo. Su nombre se debe a que el monte ostenta el exclusivo privilegio de que las aguas que descienden por sus laderas terminan en tres mares distintos.


La cumbre permite disfrutar de formidables panorámicas de las extensas tierras de la meseta castellana, de los Picos de Europa e incluso del mar Cantábrico al fondo. Un buen lugar para observar el paisaje es el Mirador de la Fuente.
Regresamos a Reinosa para emprender la segunda parte de esta singular ruta. Desde esta localidad cántabra parten dos carreteras que dibujan las orillas del pantano del Ebro, un verdadero mar interior de Cantabria construido en el año 1913 (sus 6.000 hectáreas de superficie y su capacidad para almacenar hasta 550.000 millones de litros le convierten en la mayor área de agua dulce de España).

Por otra parte, sus peculiares características lo han convertido en Reserva Nacional de aves acuáticas, en especial de anátidas, que llegan en la época migratoria y anidan en las inmediaciones. Sus accesibles orillas, que en cada punto ofrecen diferentes perspectivas del paisaje del embalse, son también habitual lugar de pasto para caballos y ganado vacuno.


Iniciamos este itinerario por la comarcal 6318, la que bordea el embalse por la ribera norte, y, después de cruzar Requejo, llegamos a Orzales, situado a tan sólo seis kilómetros de Reinosa y que, en las inmediaciones del puente, cuenta con una de las zonas de baños más visitadas. Hablando de Orzales, resulta casi obligado mencionar las dos panaderías del pueblo, cuyos productos tienen fama en toda la comarca.
Abandonamos Monegro y, un poco más adelante, tomamos un ramal que luego regresa a la vía principal a la altura de la localidad de La Costana.
Ese momentáneo desvío nos permite visitar las aldeas de Villasuso y Bustamante. En la primera se encuentran las instalaciones para el trasvase Ebro-Besaya, mientras que la segunda debe su fama a la Torre de los Bustamante, de época medieval y que destaca sobremanera en medio de un ambiente puramente ganadero. De indudable aspecto defensivo y hermético, es la torre más alta de toda Cantabria y junto a ella se pueden contemplar una casa con solana y una ermita con interesante espadaña.

Nuestra circunvalación al embalse del Ebro continúa en La Población, un lugar muy indicado para detenerse, disfrutar de privilegiadas panorámicas del pantano y reponer fuerzas saboreando las excelencias gastronómicas de El Carloto, mesón que ha dado fama a la localidad.
La estación balnearia, fundada en 1922, mantiene todo el encanto de los nobles edificios de principios de siglo XX y sus famosas aguas han demostrado sus propiedades para combatir la gota, la diabetes, el reuma y otros problemas de riñón. Corconte, que ocupa un terreno en el que predomina el paisaje montañoso, ofrece otros alicientes para el asueto y el ocio, como el pinar que se halla a la entrada del pueblo, con fuente, merenderos y área de descanso, o la zona de arena fina que se extiende junto al embalse.
Nos adentramos en tierras burgalesas, donde bordearemos el extremo oriental del embalse atravesando las localidades de Cillereruelo de Bezana, Herbosa y San Vicente de Villamezán (hasta Cilleruelo se llega por la N-623, pero allí hay que retomar la carretera comarcal que rodea el embalse del Ebro). De nuevo en territorio cántabro, el primer pueblo que nos recibe es Bimón.
A poca distancia de Bimón, Los Llanos es una de las localidades que se vio gravemente afectada por la construcción del embalse, ya que, a pesar de que no desapareció totalmente, como sí ocurrió con otras aldeas, su vieja ermita de El Avellanal quedó sepultada bajo las aguas.
A pesar de las indudables ventajas proporcionadas por el embalse, esta espectacular imagen, una de las más características del lugar, nos demuestra que el precio que se ha tenido que pagar por ellas ha sido bastante alto: la pérdida de los antiguos lugares de culto ha dejado un extraño sabor nostálgico en este lado del pantano y ha afectado negativamente a las tradiciones religiosas, que, tiempo atrás, representaban una parte importante de la vida de los lugareños.
Rodeados por bellos parajes entramos en Las Rozas, núcleo salpicado de pequeñas viviendas, y, poco después, tras cruzar un puente sobre el Ebro (en este punto deja el río las tranquilas aguas del pantano), en Arroyo.
Considerado como la capital del embalse, el pueblo cuenta con una iglesia de estilo románico y dispone de buenas instalaciones para la práctica de la navegación deportiva.
La curiosidad nos invita a adentrarnos por una vía local que discurre junto al Ebro y que comunica Arroyo con el monasterio de Montesclaros, otro de los puntos de gran interés del recorrido. El santuario, situado entre los bosques de la ladera del monte Somaloma, fue fundado hace unos 1.000 años y es el centro devocional más importante de la comarca. Según se cuenta, el origen de esta devoción, y del propio monasterio, tiene que ver con la milagrosa aparición de la imagen de una virgen en una cueva del monte.
La austeridad y solidez del conjunto arquitectónico y su aislado emplazamiento le confieren un cierto aspecto de fortaleza, pero, al mismo tiempo, transmiten una rara pero reconfortante sensación de serenidad y de armonía con la naturaleza, que tiene algo de inquietante cuando las nieblas provocadas por el cercano embalse envuelven los muros del santuario. Bajo el suelo del monasterio, en un intrincado conjunto de cuevas, se conservan valiosos restos, como dos sarcófagos visigodos, un altar y pinturas del tiempo de los templarios.En la actualidad, el monasterio está regentado por una comunidad de padres dominicos que han habilitado una acogedora hospedería de 40 habitaciones.
Montesclaros es, así mismo, centro de una de las manifestaciones religiosas más tradicionales y populares de Cantabria: la romería que se celebra el 21 de agosto de cada año. Ese día se congregan ante el templo gentes de todas las aldeas campurrianas para cumplir con la Rogativa, es decir, para ofrecer sus peticiones y sus promesas a la virgen.
El visitante que desee completar esta pequeña y mística excursión puede acercarse hasta Aldea del Ebro para visitar la ermita de Hondevilla y la iglesia de san Juan Bautista.
Regresamos a Arroyo para dirigirnos a Retortillo, lugar de visita inexcusable, ya que allí se encuentran las ruinas de la ciudad romana de Julióbriga, que casi con total seguridad fue el principal asentamiento romano en Cantabria. Es más, en sus tratados, el historiador Plinio Segundo afirma que se trataba de la ciudad de mayor relevancia del norte de España.
Las excavaciones del yacimiento, que fue descubierto en 1768 pero cuyos hallazgos no fueron relacionados con la civilización de Roma hasta finales del siglo XIX, sólo han sacado a la luz una única hectárea de las treinta que se supone que debió ocupar en su mejor época, entre los siglos I y III, cuando llegó a tener más de diez mil habitantes.

El mayor interés se concentra en la zona llamada La Llanuca, donde se pueden contemplar seis pilastras que debieron pertenecer a una casa de nobles. También observará el visitante restos de una calle porticada, posiblemente la vía principal de la ciudad.
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En medio de otra zona de las excavaciones se alza la iglesia de Santa María (siglo XII), de traza románica aunque con bastantes añadidos posteriores. Destaca en el exterior el trabajado tímpano y la espadaña, a la que se puede subir para contemplar asombrosas «visiones» de las ruinas. En el interior se exhiben valiosas piezas halladas en Julióbriga, que, según los expertos, fue construida sobre un poblado de origen celta destruido durante las Guerras Cántabras (29-19 a.C.).

Según la tradición, desesperado ante los malos resultados de la contienda, el emperador ofreció 200.000 sestercios a quien le entregara a Corocotta, vivo o muerto. Haciendo honor a la legendaria valentía de los pueblos montañeses, el jefe de los cántabros se presentó ante el emperador exigiendo para sí la recompensa. Absolutamente sorprendido, dicen que Augusto le entregó el dinero y le dejó marchar en libertad.
Con estas hermosas historias en el equipaje, nos dirigimos a Bolmir, localidad situada prácticamente a las puertas de Reinosa y que representa el punto final de nuestro recorrido alrededor del embalse del Ebro. Allí se puede visitar la recoleta iglesia de San Cipriano (siglo XII), con dos capillas del siglo XVII y una hermosa espadaña.
Sin entrar en Reinosa, llegamos a Matamorosa, población ubicada junto a la N-611 desde donde iniciaremos la tercera parte de esta ruta adentrándonos en Valderredible.

El valle, ubicado en el extremo meridional de Cantabria, es un territorio marcadamente fronterizo y de transición (limita con Palencia y Burgos) donde perviven cincuenta y tres pueblos muy desperdigados (muchos de ellos casi deshabitados o con menos de 10 habitantes) y unidos en un solo ayuntamiento ubicado en Polientes.
La omnipresente huella del Ebro, que recorre las tierras de Valderredible, se deja ver incluso en el nombre del valle, que deriva de val de ripa Hibre, es decir, el valle que se ubica en las riberas del Ebro. Los amantes de la naturaleza encontrarán sorprendentes parajes, pero tampoco quedarán defraudados quienes deseen descubrir un importante patrimonio histórico-artístico, que, en Valderredible, está representado por monumentales iglesias o colegiatas y, especialmente, por las llamadas ermitas rupestres, pequeños cenobios construidos en el interior de grandes rocas naturales.Desde Matamorosa tomamos la N-611 y, enseguida, el viajero vislumbra la figura imponente de la colegiata de San Pedro, que domina el pequeño y empedrado pueblo de Cervatos. Construida en el siglo XII sobre un primitivo monasterio mencionado en un documento del año 999, presenta en la portada principal un excelente tímpano decorado con motivos vegetales que recuerdan los atauriques árabes.
Destacan también la torre campanario de tres cuerpos, las tres esculturas de la puerta (Adán, Eva y el profeta Daniel) y el curioso conjunto de canecillos y capiteles cuyos motivos escultóricos son muy representativos del románico erótico y obsceno.Desde Cervatos emprendemos un recorrido de cierta distancia, primero por la N-611 y luego por la S-614, que a la altura de Bárcena de Ebro se une al cauce de este río, para llegar hasta lo más profundo de Valderredible y conocer sus verdaderos secretos. La excepcional belleza natural de los parajes que envuelven este tramo de la ruta serán la compañía perfecta para descubrir esos encantadores y mágicos rincones que poseen los pueblos casi olvidados.
La N-611 nos llevará por Sopeña y Fombellida hasta llegar al puerto de Pozazal, que sube hasta 987 metros y desde donde resulta espectacular contemplar los pequeños valles de los alrededores. Un poco más adelante se halla el desvío de la S-614 hacia Polientes.
Esta comarcal pasa por Reocin de los Molinos y Bárcena de Ebro, célebre por su interesante necrópolis medieval, y llega hasta Villanueva de la Nía, población desde la que iniciaremos el siempre sorprendente «peregrinaje» por la ruta de las ermitas rupestres.

Desde Villanueva de la Nía tomamos la carretera que se dirige hacia Susilla y los pueblos de Valdelomar (Castrillo, San Martín y San Andrés), pequeñas aldeas donde apenas quedan habitantes, aunque antes podemos recorrer el singular Vía Crucis que de Villanueva nos lleva a la pequeña ermita del Monte.


En el exterior destaca la espadaña, de época posterior y erigida sobre el prado que recubre el techo de la cueva. Como sucede en tantas otras ermitas del valle, junto a Santa María de Valverde, donde todavía se celebran misas los domingos, se ha encontrado una necrópolis, con tumbas excavadas también en la roca. Este hecho ha llevado a pensar que en torno al templo habitaba una comunidad.
Llegados a este punto, debemos desandar el camino hasta Villanueva de la Nía para, allí, tomar la carretera local que se dirige hacia Polientes, la capital del valle. Nuestra primera parada es Bascones de Ebro, donde un camino que sale hacia el sur nos conduce hasta la cueva-iglesia de Olleros.

Estamos ya muy cerca de Polientes, localidad en la que se concentran el ayuntamiento, los bancos, la mayoría de hostales y mesones y también la única gasolinera de la zona. Un buen lugar para detenerse y estudiar con calma la ruta es el Hostal-Restaurante Sanpatiel, ubicado en las cercanías del pueblo y cuya especialidad son los platos a base de patatas (producto que en Valderredible ofrece una exquisita calidad), ya sean guisadas, riojanas o a la panadera. No hay que abandonar el restaurante sin degustar el licor de miel, elaborado por la propia casa y que resulta un fabuloso reconfortante para continuar el viaje.
Atravesamos Ruerrero, pueblo de cierta actividad en este tranquilo valle, para llegar a Cadalso, una evocadora aldea de apenas media docena de habitantes. Su ermita rupestre, que se levanta al lado de la carretera, es una de las dos únicas que todavía permanecen abiertas al culto (la otra es Santa María de Valverde).

A pesar de que no es difícil que el visitante encuentre cerrado el cenobio, podrá visitarlo solicitando la llave de la verja al «encargado» de la aldea (este mismo sistema funciona en la mayoría de ermitas del valle).
A la misma altura que Arroyuelos, pero al otro lado de la carretera se halla San Martín de Elines, localidad en la que se alza solemne y orgullosa una magnífica Colegiata Románica del siglo XII, la joya románica del valle.
Desde el exterior, el templo se presenta como un edificio uniforme del que sobresale una hermosa torre cilíndrica, pero es el especial ambiente interior el que acaba por cautivar al visitante. Destacan los pétreos sepulcros románicos y góticos del claustro ajardinado, que se mantiene al aire libre y donde también se pueden contemplar pilas bautismales o piezas de antiguos arcos.

Terminamos así esta sugerente y casi mística ruta de las ermitas rupestres, aunque antes queremos dejar constancia de que los cenobios que hemos conocido son sólo algunos ejemplos, tal vez los más interesantes, de las muchas iglesias excavadas en la roca que existen en Valderredible.
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1 comentario:
Desde cuando la Torre de los Bustamante está en Bustamante?...
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