ruta histórica del Campoo y Valderredible


El extremo meridional de Cantabria es un verdadero y precioso destino por descubrir , ya que podemos pasear por sus sendas repletas de historia, respirar el aire medieval que se conserva en muchos de sus rincones, contemplar la nieve de sus montañas al tiempo que nos bañamos en sus aguas de ese mar cantábrico tan intenso y salvaje… recorriendo el mar interior a traves de sus montañas como si fueran olas… descubriendo torres y señales del románico conservado en el tiempo arropados con los silencios de sus bosques.
Estos mágicos parajes de los valles de Campoo y Valderredible, abrazan el nacimiento y los primeros pasos del río Ebro, ofreciendo al visitante numerosos atractivos.
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Entre tradicionales aldeas casi deshabitadas y un entorno paisajístico de excepcional belleza se podrán admirar algunas de las mejores iglesias románicas o las originales y sorprendentes ermitas rupestres, excavadas en la roca por los primeros cristianos que poblaron la zona, pero, al mismo tiempo, se podrá disfrutar de la mejor estación de esquí de la cordillera Cantábrica, así como de las orillas del embalse del Ebro, el mar interior de Cantabria.

Si a esto le añadimos las delicias gastronómicas, como el cocido campurriano, o el particular modo de vida de las gentes del lugar, está claro que estas desconocidas tierras son el destino pendiente de Cantabria.

Discurre esta ruta por el sur de Cantabria, concretamente por la comarca de Campoo y el valle de Valderredible, teniendo siempre como referencia el curso del Ebro, que dibuja un paisaje de grandes atractivos naturales. Abundan también excepcionales monumentos históricos y artísticos y los vestigios de antiguas poblaciones.

Nos adentraremos por tierras campurrianas, por villorrios y aldeas casi deshabitados en los que se entremezclan las tradiciones, la cultura y el encanto de una tierra única que el visitante podrá descubrir a cada paso.

Un buen punto de partida para este sugerente itinerario es, sin duda, la ciudad de Reinosa, capital de la comarca de Campoo, aunque debemos avisar al lector, y tal vez futuro viajero, que esta elección implica dividir la ruta en dos recorridos distintos: el primero desde Reinosa hasta la estación de invierno de Alto Campoo pasando por el nacimiento del río Ebro, y el segundo, desde la misma localidad hasta el corazón más profundo de Valderredible, ya casi en tierras burgalesas que anuncian la meseta, bordeando antes las orillas del embalse del Ebro.

Incluso, como se verá más adelante, después de rodear este embalse lo más conveniente es regresar una vez más a Reinosa para desde allí tomar rumbo hacia Valderredible.

A pesar de este pequeño inconveniente, queremos recomendar esta solución, ya que con la capital de Campoo como punto de partida resultará mucho más cómodo encaminar nuestro pasos hacia los hermosos destinos de esta ruta.

Testigo de hechos históricos excepcionales, Reinosa es el mayor núcleo urbano del sur de Cantabria. Por estos parajes, los primitivos pobladores de los valles se mostraron muy beligerantes ante la conquista romana durante las llamadas Guerras Cántabras (29-19 a.C.).
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La ciudad, referencia histórica de la región, jugó un destacado papel durante la Edad Media y fue creciendo a lo largo de los siglos gracias a su estratégica situación de paso entre la meseta y la costa, que la convirtió en posada y fonda de viajeros y carreteros, centro harinero de primer orden, importante núcleo industrial y cabecera de la Merindad de Campoo.

Corría el año 1445 cuando Los Reyes Católicos le concedieron a la ciudad el Fuero Real. Eran tiempos de relativa bonanza, como lo demuestran algunos de sus monumentos y el hecho de que Reinosa fuese el lugar elegido para celebrar la boda entre Don Juan, hijo de los Reyes Católicos, y Margarita de Austria.
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Sin embargo, el verdadero desarrollo de la ciudad se produjo en el siglo XVIII, momento en que se abrió la carretera que comunica la meseta con Santander y Reinosa, aprovechando su condición de paso obligado de las rutas comerciales que desde Castilla llegaban hasta el puerto de Santander (desde allí los productos viajaban a Europa y ultramar) se convirtió en un próspero centro artesano e industrial donde incluso llegó a crearse un gremio de carreteros. A comienzos del siglo XIX la villa es ya uno de los núcleos económicos más relevantes gracias a la implantación de grandes industrias como la Constructora Naval o la Sociedad Vidriera, que también impulsaron un enorme desarrollo demográfico. Todo esto propició que Reinosa obtuviese el título de ciudad en 1927.

A finales de los años ochenta, las reestructuraciones que se llevaron a cabo tras la entrada de España en la comunidad Europea afectaron negativamente a la ciudad, que sin embargo ha logrado, al menos en parte, superar esa recesión industrial reorientando su actividad hacia el sector terciario.

Tiene Reinosa algo de ciudad castellana y mucho de montañesa, con sus antiguos edificios, blasonados muchos de ellos, y sus características fachadas de sillería con galerías-balcones. Sin duda, su disposición en el trazado urbano delata claramente el rigor de los inviernos.
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La visita a la población puede comenzar en el ayuntamiento, alrededor del cual todavía se pueden contemplar los restos de lo que fue una plaza mayor de estilo castellano.

De gran atractivo resultan las antiguas casas de la plaza consistorial, algunas de los siglos XVI y XVII, aunque, tal vez, la más reseñable de la ciudad sea la llamada La Casona, o Casa de la Niña de Oro, que se halla en la calle principal, es decir la avenida de Carlos III.

Es un palacete construido en el siglo XVIII cuya fachada luce cinco hermosos balcones por planta y elegantes mansardas. En la actualidad, ha sido reacondicionado como centro cultural que suele albergar exposiciones temporales, conferencias, cursos de verano (dirigidos, sobre todo, a la defensa y conservación del patrimonio histórico-artístico) y otros distintos actos culturales.


Otra zona de interés arquitectónico se halla en la Plaza de España, donde el visitante podrá contemplar varios torreones adosados, entre los que destaca la torre de los Manrique. Digno de mención es también el convento de San Francisco, construido en el siglo XVI y de traza renacentista-herreriana. Hace algún tiempo fue convertido en residencia de ancianos.

Sin embargo, son muchos los que opinan que el monumento más interesante de la ciudad es la iglesia parroquial de San Sebastián, ubicada en la plaza del mismo nombre y construida en el siglo XVI, aunque las reformas añadidas en el XVIII le dan un aspecto predominantemente barroco. Declarada monumento histórico-artístico en 1984 presenta tres naves, una torre campanario y una bella portada presidida por la estatua del santo. Guarda en su interior una valiosa colección de retablos, entre los que habría que mencionar el mayor, con una bonita escultura de San Sebastián.

Por último, nadie debería dejar escapar la oportunidad de disfrutar de largos y tranquilos paseos por las riberas del Ebro, especialmente en la zona del puente de Carlos III, salpicada de nobles edificios como la casa de las Princesas o la de Pano.

Desde luego, en una ciudad como Reinosa no se debe olvidar nunca tener en cuenta los placeres de una buena mesa, que ofrece sus platos regionales de merecido renombre como el cocido campurriano (a base de alubias blancas, berzas, chorizo, morcilla y tocino), carnes de vacuno y de cordero, setas o truchas, aunque resulta imprescindible probar la exclusiva repostería local: pantortillas de hojaldre, roscas o galletas tostadas. A este respecto, aconsejamos dirigirse a dos establecimientos de la calle Mayor, Vejo y Comestibles La Negra.
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Aquí, como en muchos otros puntos de la comarca, tienen gran tradición las afamadas fiestas de San Mateo y el Día de Campoo. Se celebran a lo largo del mes de septiembre y, durante esos días, las calles de la ciudad se llenan de carrozas y charangas, pero en ellas también reviven los viejos oficios y costumbres, como los característicos concursos de bolos y arrastre. .
Sin duda, estos festejos son la mejor excusa para visitar Reinosa y conocer el auténtico espíritu campurriano.

Después de haber disfrutado de lo mucho que nos puede ofrecer Reinosa, iniciamos la primera parte de nuestra ruta, que como ya se ha dicho tiene como destino la estación de esquí de Alto Campoo.

Son algo más de 30 kilómetros, siempre por la comarcal 628, capaces de ofrecer muchos puntos de interés, muchas sorpresas siempre agradables: unos decidirán pasear por senderos que invitan a la observación de la naturaleza, otros disfrutarán de los deportes de nieve y aún otros podrán descubrir las típicas casonas campurrianas y las distintas formas de arquitectura tradicional que configuran las mágicas aldeas de este recorrido, todas asociadas a un mundo artesano y ganadero.

En cualquier caso, estamos seguros de que todos los visitantes llegarán a admirar el valioso legado cultural e histórico de castillos, iglesias o torres, así como los impresionantes paisajes de una naturaleza que se nos muestra en su estado más puro.
El primer pueblo que nos encontramos en la C-628 es Nestares, prácticamente integrado en Reinosa y donde, al parecer, se hospedó el emperador Carlos I en el año 1557. Desde allí sale una pequeña carretera que nos lleva a las poblaciones de Villacantid y Barrio.

En la primera merece la pena detenerse para observar la iglesia de Santa María La Mayor, un bonito ejemplo de arquitectura románica. Construida en el siglo XII, ha sufrido excesivos añadidos, aunque todavía quedan nobles restos del primitivo templo. Destaca la riqueza decorativa de las ménsulas y los canecillos del ábside, cuyas esculturas reproducen motivos faunísticos, como escenas de la caza del oso o figuras de unicornios.

Por su parte, Barrio, núcleo formado por varios conjuntos de casas de arquitectura tradicional, nos permite conocer la iglesia de Santa Juliana (siglo XVII), que guarda en su interior una Virgen de esa época.

Este desvío que pasa por Villacantid y Barrio vuelve después a la C-628, a la altura de Espinilla, pueblo incluido en nuestro itinerario.


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Sin embargo, nosotros regresamos a Nestares para retomar allí la carretera y recorrer los tres kilómetros que nos separan de Fontibre, lugar considerado oficialmente como nacimiento del Ebro.

En un entorno paisajístico de inigualable belleza, donde todavía existen zonas que parecen no haber sido pisadas por el hombre, se podrá contemplar el manantial del río, del que brotan casi 500 litros de agua por segundo.

Para comodidad de los muchos visitantes que se acercan al lugar, que también podrán admirar la escultura de Jesús Otero dedicada al nacimiento del Ebro y la efigie de la Virgen del Pilar con los escudos de todas las comunidades bañadas por el río, la zona está perfectamente señalizada y acondicionada (cuenta incluso con un aparcamiento) y cuenta con un afamado balneario de aguas medicinales y un parador regional.

La misma C-618 nos lleva a Paracuelles, donde un ramal de la carretera nos permite acceder a Argüeso, pequeño pueblo de medieval arraigo dominado por la silueta del castillo de San Vicente.

Situado en lo alto de un cerro, a unos 1.000 metros de altura, el castillo, uno de los pocos que hay en Cantabria, data de los siglos XIII y XIV y fue residencia de la madre del marqués de Santillana.

Presenta dos torres unidas entre sí por un cuerpo central y rodeadas por una muralla y, probablemente, es el monumento arquitectónico más importante del valle de Campoo de Suso.

Desde la fortaleza se divisa el impresionante barranco de Argüeso, donde, con un poco de suerte, se podrá observar el vuelo de cernícalos, cuervos o águilas culebreras.


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Nuestra siguiente parada es Espinilla, localidad donde se pone de manifiesto que en esta zona de la comarca de Campoo se mezclan con sorprendente armonía la fresca y exhuberante vegetación que predomina en Cantabria y los colores ocres que marcan el paisaje castellano.

Se debe visitar la iglesia de San Cristóbal, donde se custodiaban los Archivos de la hermandad de Campoo.

Desde Espinilla sale la C-625, que asciende el mítico puerto de Palombera y discurre junto al cauce del río Saja.

Dirigimos nuestros pasos hacia la cercana localidad de Proaño. Merece la pena recorrer a pie este pueblo medieval, que ya desde lejos nos sorprende por su torre de los Ríos (siglo XIII), considerada como la más antigua de Cantabria y en cuya casona adosada se conserva el legado bibliográfico de Ángel de los Ríos (1823-1899).

Una de las viviendas del pueblo alberga el Museo Etnográfico El Pajar, cuyo propietario ha reunido una valiosa colección de utensilios domésticos y de labranza (sólo abre los fines de semana).


Nos estamos moviendo en medio de un paisaje de espléndidos bosques y praderas enmarcados entre las poderosas montañas de la sierra y la profunda vegetación que rodea al río Híjar, parajes en los que la naturaleza se muestra exuberante y generosa.

Cada pequeña aldea, como Villar o Riaño, ambas junto a la C-628, y cada recodo del camino nos sorprende con nuevos detalles.

En busca de nuevos y ocultos secretos nos volvemos a desviar de nuestra ruta principal para visitar tres pequeños pueblos de notable interés: Hoz de Abiada y Abiada, a un lado del camino, y Mazandrero al otro.

En Hoz de Abiada, junto a la iglesia, nos espera «el Abuelo», el nogal más grande de Cantabria y, probablemente, de España. Poco más adelante, Abiada presenta una iglesia de los siglos XVII-XVIII con un retablo barroco y varios ejemplos de casas solariegas, como la de los Martínez.

Aquí, esos ocultos secretos y sorprendentes detalles de los que hablábamos toman la forma de una bella cascada conocida como Pozo de la Ureña.

Cada año, el primer domingo de septiembre, en la localidad se celebra la tradicional fiesta de Los Campanos, que coincide con la bajada del ganado de los puertos, una vez terminado el verano, para pasar el otoño en otros pastizales más bajos.

En medio del cautivador sonido de los cencerros, se reúne a todo el ganado en el pueblo para que sus propietarios puedan examinar y contar sus reses, una costumbre que, en tiempos pasados, debía de ser común a todos los pueblos de montaña. La fiesta continúa con distintos actos folclóricos y con un desfile de hermosas carrozas.
Al otro lado de la carretera se halla Mazandrero, una pequeña aldea serrana situada a 1.100 metros de altitud y con tradición de artesanos albarqueros. Deben visitarse la hermosa iglesia de San Lorenzo, del siglo XVII, y el conjunto arquitectónico de casonas solariegas, uno de los mejor conservados de la comarca. Entre las distintas construcciones, la mayoría con escudos nobiliarios, podemos destacar el palacio de los Obeso.

Desde Mazandrero descendemos a nuestra vía principal para cubrir el último tramo de este itinerario, que termina en la estación de esquí de Alto Campoo, situada en la localidad de Brañavieja.

Es casi obligado repetir que nos encontramos en el corazón de la sierra de Híjar y del valle de Campoo, ya que el visitante no debe perder la oportunidad de disfrutar del gran colorido de los impresionantes bosques, sobre todo hayedos y robledales, que aún son refugio de los últimos osos pardos.

Y a lo lejos se divisa el emblemático Pico Tres Mares, que nos indica que estamos llegando a nuestro destino.

Entrambasaguas (no confundir con la otra localidad cántabra del mismo nombre situada cerca de Santander) es un pequeño pueblo con pocos vecinos dedicados a la agricultura y la ganadería. Interesante resulta la iglesia del siglo XVI, con un retablo plateresco en su interior, así como el puente de un ojo que cruza el Híjar.
Ni siquiera un kilómetro nos separa de La Lomba, el último núcleo habitado que encontramos antes de recorrer los 15 kilómetros que restan hasta la de la Estación Invernal de Alto Campoo. Única estación de esquí de esta comunidad, es también una de las más importantes de la cordillera Cantábrica.

Ubicada entre varias cumbres que superan los 2.000 metros, dispone de 17 kilómetros de pistas, cañones de nieve artificial, nueve remontes mecánicos (cuatro telesillas y cinco telesquís) con capacidad para 7.000 esquiadores-hora, tres máquinas pisanieves, área de esquí para debutantes, helipuerto, profesores especializados y un amplio aparcamiento a pie de pistas.
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Cuenta también con una cómoda infraestructura hotelera, que incluye el hotel La Corza Blanca o el Albergue Juvenil de la Diputación Regional de Cantabria.

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Gracias a su privilegiada situación, este formidable complejo turístico puede ser disfrutado todo el año, ya que, por ejemplo, otear el paisaje en época de deshielo puede resultar una experiencia muy gratificante. Brañavieja es, además, un magnífico punto de partida para practicar el senderismo por las sierras cercanas.

Situado en la confluencia de las sierras del Cordel y Peña Labra, el Pico Tres Mares (2.175 metros) es el techo de la comarca de Campoo. Su nombre se debe a que el monte ostenta el exclusivo privilegio de que las aguas que descienden por sus laderas terminan en tres mares distintos.
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En efecto, de los distintos arroyuelos y riachuelos de la montaña nacen el río Nansa, que irá a parar al Cantábrico, el Pisuerga, que verterá sus aguas en el Duero y éste en el Atlántico, y el Híjar, afluente del Ebro, río que termina su viaje en el Mediterráneo.

La cumbre permite disfrutar de formidables panorámicas de las extensas tierras de la meseta castellana, de los Picos de Europa e incluso del mar Cantábrico al fondo. Un buen lugar para observar el paisaje es el Mirador de la Fuente.

Regresamos a Reinosa para emprender la segunda parte de esta singular ruta. Desde esta localidad cántabra parten dos carreteras que dibujan las orillas del pantano del Ebro, un verdadero mar interior de Cantabria construido en el año 1913 (sus 6.000 hectáreas de superficie y su capacidad para almacenar hasta 550.000 millones de litros le convierten en la mayor área de agua dulce de España).

El recorrido por estas históricas tierras de nadie, por encontrarse a medio camino entre Cantabria y Castilla, está repleto de pueblecitos de gran tipismo donde es mejor no tener prisa para disfrutar plenamente de cada rincón, de todos los monumentos, de antiguos yacimientos romanos e incluso de las curiosas historias que suelen contar los lugareños.
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Pero el embalse del Ebro es mucho más que un pantano y sus aguas se aprovechan para los campos de regadío de los valles cercanos y también como fuente de producción de energía eléctrica (en la Central de Arroyo).

Por otra parte, sus peculiares características lo han convertido en Reserva Nacional de aves acuáticas, en especial de anátidas, que llegan en la época migratoria y anidan en las inmediaciones. Sus accesibles orillas, que en cada punto ofrecen diferentes perspectivas del paisaje del embalse, son también habitual lugar de pasto para caballos y ganado vacuno.
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En cambio, en el fondo de las aguas reposan los restos de los pueblos y aldeas que quedaron anegados cuando se construyó el pantano, restos que reaparecen como espectros fantasmales cuando desciende el nivel del agua.

Iniciamos este itinerario por la comarcal 6318, la que bordea el embalse por la ribera norte, y, después de cruzar Requejo, llegamos a Orzales, situado a tan sólo seis kilómetros de Reinosa y que, en las inmediaciones del puente, cuenta con una de las zonas de baños más visitadas. Hablando de Orzales, resulta casi obligado mencionar las dos panaderías del pueblo, cuyos productos tienen fama en toda la comarca.

Nuestra ruta nos lleva hasta Monegro, donde merece la pena acercarse hasta la ermita de Las Nieves. El sendero que nos abre el acceso hacia el templo (está a unos dos kilómetros del pueblo) es un peculiar vía crucis en el que están representados todos los pueblos del municipio. Al estar situada sobre un pequeño cerro, desde la ermita se pueden contemplar magníficas vistas de altura.

Abandonamos Monegro y, un poco más adelante, tomamos un ramal que luego regresa a la vía principal a la altura de la localidad de La Costana.

Ese momentáneo desvío nos permite visitar las aldeas de Villasuso y Bustamante. En la primera se encuentran las instalaciones para el trasvase Ebro-Besaya, mientras que la segunda debe su fama a la Torre de los Bustamante, de época medieval y que destaca sobremanera en medio de un ambiente puramente ganadero. De indudable aspecto defensivo y hermético, es la torre más alta de toda Cantabria y junto a ella se pueden contemplar una casa con solana y una ermita con interesante espadaña.

Después dejar atrás la localidad de La Costana, otro desvío (situado a la altura del kilómetro 13 de la carretera comarcal) nos permite acceder al pueblo de Lanchares, donde se extiende un frondoso robledal y se puede contemplar una de las mejores vistas del pantano. Un paseo por el pueblo nos llevará hasta la iglesia parroquial del siglo XVII y la llamada «Casa de los Arcos», que, al parecer, fue habitada por algunos miembros de la Inquisición.

Nuestra circunvalación al embalse del Ebro continúa en La Población, un lugar muy indicado para detenerse, disfrutar de privilegiadas panorámicas del pantano y reponer fuerzas saboreando las excelencias gastronómicas de El Carloto, mesón que ha dado fama a la localidad.

Los distintos productos de la matanza y, por supuesto, el vino serán de gran ayuda para reemprender el camino con nuevas energías.

De gran prestigio gozan también las hogazas del pan de pueblo, que se pueden adquirir en la panadería La Campurriana.


Si el viajero, después de un sabroso manjar, aún desea vivir otros momentos de auténtico relax podrá hacerlo en el prestigioso Balneario de Corconte, que se halla a escasos kilómetros de La Población, ya en el límite con la provincia de Burgos.

La estación balnearia, fundada en 1922, mantiene todo el encanto de los nobles edificios de principios de siglo XX y sus famosas aguas han demostrado sus propiedades para combatir la gota, la diabetes, el reuma y otros problemas de riñón. Corconte, que ocupa un terreno en el que predomina el paisaje montañoso, ofrece otros alicientes para el asueto y el ocio, como el pinar que se halla a la entrada del pueblo, con fuente, merenderos y área de descanso, o la zona de arena fina que se extiende junto al embalse.

Nos adentramos en tierras burgalesas, donde bordearemos el extremo oriental del embalse atravesando las localidades de Cillereruelo de Bezana, Herbosa y San Vicente de Villamezán (hasta Cilleruelo se llega por la N-623, pero allí hay que retomar la carretera comarcal que rodea el embalse del Ebro). De nuevo en territorio cántabro, el primer pueblo que nos recibe es Bimón.

Bimón es uno de los típicos pueblos de la ribera del embalse que se integran perfectamente en la belleza natural de estos paisajes campurrianos. Muy cerca, aunque en la provincia de Burgos, el viajero podrá disfrutar, sobre todo en los meses estivales, del amplio arenal de Arija, considerado por muchos como la playa del pantano.

A poca distancia de Bimón, Los Llanos es una de las localidades que se vio gravemente afectada por la construcción del embalse, ya que, a pesar de que no desapareció totalmente, como sí ocurrió con otras aldeas, su vieja ermita de El Avellanal quedó sepultada bajo las aguas.

Mejor suerte corrió la cercana ermita de San Martín, bucólico edificio perteneciente al pueblo de Renedo que afortunadamente logró sobrevivir, aunque las aguas del pantano casi acarician sus muros.

Sin embargo, un poco más adelante el viajero podrá comprobar una nueva muestra de los daños causados por la construcción del embalse: frente a Villanueva de las Rozas , incluso en los momentos de mayor caudal, sobresale entre las aguas la hermosa espadaña de la iglesia anegada.

A pesar de las indudables ventajas proporcionadas por el embalse, esta espectacular imagen, una de las más características del lugar, nos demuestra que el precio que se ha tenido que pagar por ellas ha sido bastante alto: la pérdida de los antiguos lugares de culto ha dejado un extraño sabor nostálgico en este lado del pantano y ha afectado negativamente a las tradiciones religiosas, que, tiempo atrás, representaban una parte importante de la vida de los lugareños.


Rodeados por bellos parajes entramos en Las Rozas, núcleo salpicado de pequeñas viviendas, y, poco después, tras cruzar un puente sobre el Ebro (en este punto deja el río las tranquilas aguas del pantano), en Arroyo.

Considerado como la capital del embalse, el pueblo cuenta con una iglesia de estilo románico y dispone de buenas instalaciones para la práctica de la navegación deportiva.

La curiosidad nos invita a adentrarnos por una vía local que discurre junto al Ebro y que comunica Arroyo con el monasterio de Montesclaros, otro de los puntos de gran interés del recorrido. El santuario, situado entre los bosques de la ladera del monte Somaloma, fue fundado hace unos 1.000 años y es el centro devocional más importante de la comarca. Según se cuenta, el origen de esta devoción, y del propio monasterio, tiene que ver con la milagrosa aparición de la imagen de una virgen en una cueva del monte.

La austeridad y solidez del conjunto arquitectónico y su aislado emplazamiento le confieren un cierto aspecto de fortaleza, pero, al mismo tiempo, transmiten una rara pero reconfortante sensación de serenidad y de armonía con la naturaleza, que tiene algo de inquietante cuando las nieblas provocadas por el cercano embalse envuelven los muros del santuario. Bajo el suelo del monasterio, en un intrincado conjunto de cuevas, se conservan valiosos restos, como dos sarcófagos visigodos, un altar y pinturas del tiempo de los templarios.

En la actualidad, el monasterio está regentado por una comunidad de padres dominicos que han habilitado una acogedora hospedería de 40 habitaciones.

Montesclaros es, así mismo, centro de una de las manifestaciones religiosas más tradicionales y populares de Cantabria: la romería que se celebra el 21 de agosto de cada año. Ese día se congregan ante el templo gentes de todas las aldeas campurrianas para cumplir con la Rogativa, es decir, para ofrecer sus peticiones y sus promesas a la virgen.

El visitante que desee completar esta pequeña y mística excursión puede acercarse hasta Aldea del Ebro para visitar la ermita de Hondevilla y la iglesia de san Juan Bautista.



Regresamos a Arroyo para dirigirnos a Retortillo, lugar de visita inexcusable, ya que allí se encuentran las ruinas de la ciudad romana de Julióbriga, que casi con total seguridad fue el principal asentamiento romano en Cantabria. Es más, en sus tratados, el historiador Plinio Segundo afirma que se trataba de la ciudad de mayor relevancia del norte de España.

Las excavaciones del yacimiento, que fue descubierto en 1768 pero cuyos hallazgos no fueron relacionados con la civilización de Roma hasta finales del siglo XIX, sólo han sacado a la luz una única hectárea de las treinta que se supone que debió ocupar en su mejor época, entre los siglos I y III, cuando llegó a tener más de diez mil habitantes.

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Probablemente, era el centro militar del territorio cántabro y controlaba el tráfico comercial entre la meseta y la costa.

El mayor interés se concentra en la zona llamada La Llanuca, donde se pueden contemplar seis pilastras que debieron pertenecer a una casa de nobles. También observará el visitante restos de una calle porticada, posiblemente la vía principal de la ciudad.
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En medio de otra zona de las excavaciones se alza la iglesia de Santa María (siglo XII), de traza románica aunque con bastantes añadidos posteriores. Destaca en el exterior el trabajado tímpano y la espadaña, a la que se puede subir para contemplar asombrosas «visiones» de las ruinas. En el interior se exhiben valiosas piezas halladas en Julióbriga, que, según los expertos, fue construida sobre un poblado de origen celta destruido durante las Guerras Cántabras (29-19 a.C.).

Cuando los lugareños hablan de esta ciudad romana, jamás olvidan citar con noble orgullo montañés a Corocotta, valeroso caudillo de los pueblos cántabros que, refugiados en las montañas, opusieron una valiente resistencia a la invasión romana. Aseguran que fue el propio emperador Augusto el que dirigió en persona a su ejército para terminar de una vez con «esos extraños rebeldes».

Según la tradición, desesperado ante los malos resultados de la contienda, el emperador ofreció 200.000 sestercios a quien le entregara a Corocotta, vivo o muerto. Haciendo honor a la legendaria valentía de los pueblos montañeses, el jefe de los cántabros se presentó ante el emperador exigiendo para sí la recompensa. Absolutamente sorprendido, dicen que Augusto le entregó el dinero y le dejó marchar en libertad.


Con estas hermosas historias en el equipaje, nos dirigimos a Bolmir, localidad situada prácticamente a las puertas de Reinosa y que representa el punto final de nuestro recorrido alrededor del embalse del Ebro. Allí se puede visitar la recoleta iglesia de San Cipriano (siglo XII), con dos capillas del siglo XVII y una hermosa espadaña.

Sin entrar en Reinosa, llegamos a Matamorosa, población ubicada junto a la N-611 desde donde iniciaremos la tercera parte de esta ruta adentrándonos en Valderredible.

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El valle, ubicado en el extremo meridional de Cantabria, es un territorio marcadamente fronterizo y de transición (limita con Palencia y Burgos) donde perviven cincuenta y tres pueblos muy desperdigados (muchos de ellos casi deshabitados o con menos de 10 habitantes) y unidos en un solo ayuntamiento ubicado en Polientes.

La omnipresente huella del Ebro, que recorre las tierras de Valderredible, se deja ver incluso en el nombre del valle, que deriva de val de ripa Hibre, es decir, el valle que se ubica en las riberas del Ebro. Los amantes de la naturaleza encontrarán sorprendentes parajes, pero tampoco quedarán defraudados quienes deseen descubrir un importante patrimonio histórico-artístico, que, en Valderredible, está representado por monumentales iglesias o colegiatas y, especialmente, por las llamadas ermitas rupestres, pequeños cenobios construidos en el interior de grandes rocas naturales.

Desde Matamorosa tomamos la N-611 y, enseguida, el viajero vislumbra la figura imponente de la colegiata de San Pedro, que domina el pequeño y empedrado pueblo de Cervatos. Construida en el siglo XII sobre un primitivo monasterio mencionado en un documento del año 999, presenta en la portada principal un excelente tímpano decorado con motivos vegetales que recuerdan los atauriques árabes.

Destacan también la torre campanario de tres cuerpos, las tres esculturas de la puerta (Adán, Eva y el profeta Daniel) y el curioso conjunto de canecillos y capiteles cuyos motivos escultóricos son muy representativos del románico erótico y obsceno.

Desde Cervatos emprendemos un recorrido de cierta distancia, primero por la N-611 y luego por la S-614, que a la altura de Bárcena de Ebro se une al cauce de este río, para llegar hasta lo más profundo de Valderredible y conocer sus verdaderos secretos. La excepcional belleza natural de los parajes que envuelven este tramo de la ruta serán la compañía perfecta para descubrir esos encantadores y mágicos rincones que poseen los pueblos casi olvidados.

La N-611 nos llevará por Sopeña y Fombellida hasta llegar al puerto de Pozazal, que sube hasta 987 metros y desde donde resulta espectacular contemplar los pequeños valles de los alrededores. Un poco más adelante se halla el desvío de la S-614 hacia Polientes.

Esta comarcal pasa por Reocin de los Molinos y Bárcena de Ebro, célebre por su interesante necrópolis medieval, y llega hasta Villanueva de la Nía, población desde la que iniciaremos el siempre sorprendente «peregrinaje» por la ruta de las ermitas rupestres.


Estos pequeños cenobios, excavados en el interior de grandes rocas y que no siempre resultan fáciles de encontrar (en algunos casos es imprescindible preguntar por ellos), fueron construidos entre los siglos VIII y X por los primeros cristianos de Cantabria, que buscaron lugares ocultos y cargados de espiritualidad para fundar sus templos de reunión. Eran tiempos difíciles, pues esta zona fronteriza y despoblada estaba expuesta a las incursiones de los musulmanes, y, por ello, decidieron excavar las ermitas en la roca de modo que pudiesen desapercibidas.

Desde Villanueva de la Nía tomamos la carretera que se dirige hacia Susilla y los pueblos de Valdelomar (Castrillo, San Martín y San Andrés), pequeñas aldeas donde apenas quedan habitantes, aunque antes podemos recorrer el singular Vía Crucis que de Villanueva nos lleva a la pequeña ermita del Monte.
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Entre Castrillo y San Martín se halla Santa María de Valverde, la ermita rupestre más grande de la región que es también la mejor conservada y la más visitada. En el interior todavía se puede contemplar parte del banco corrido, un arco de herradura en el presbiterio y una talla de la Virgen lactante.
En el exterior destaca la espadaña, de época posterior y erigida sobre el prado que recubre el techo de la cueva. Como sucede en tantas otras ermitas del valle, junto a Santa María de Valverde, donde todavía se celebran misas los domingos, se ha encontrado una necrópolis, con tumbas excavadas también en la roca. Este hecho ha llevado a pensar que en torno al templo habitaba una comunidad.

En la cercana aldea de Cezura podemos visitar otra interesante ermita rupestre con inquietantes inscripciones grabadas en los muros.

Llegados a este punto, debemos desandar el camino hasta Villanueva de la Nía para, allí, tomar la carretera local que se dirige hacia Polientes, la capital del valle. Nuestra primera parada es Bascones de Ebro, donde un camino que sale hacia el sur nos conduce hasta la cueva-iglesia de Olleros.
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Como la mayor parte de ermitas, en la actualidad no tiene ningún tipo de uso y suele permanecer cerrada tras una gruesa reja, a través de la cual se puede apreciar el techo ennegrecido por el humo de las velas que hace siglos la iluminaron.

Volvemos a la carretera principal para acceder a Campo de Ebro , donde nos aguarda otro pequeño y acogedor cenobio excavado en la roca y situado junto a la iglesia de San Millán. Por hallarse en lo alto del pueblo, el lugar permite observar el contraste paisajístico entre los valles y la meseta.

Estamos ya muy cerca de Polientes, localidad en la que se concentran el ayuntamiento, los bancos, la mayoría de hostales y mesones y también la única gasolinera de la zona. Un buen lugar para detenerse y estudiar con calma la ruta es el Hostal-Restaurante Sanpatiel, ubicado en las cercanías del pueblo y cuya especialidad son los platos a base de patatas (producto que en Valderredible ofrece una exquisita calidad), ya sean guisadas, riojanas o a la panadera. No hay que abandonar el restaurante sin degustar el licor de miel, elaborado por la propia casa y que resulta un fabuloso reconfortante para continuar el viaje.
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Atravesamos Ruerrero, pueblo de cierta actividad en este tranquilo valle, para llegar a Cadalso, una evocadora aldea de apenas media docena de habitantes. Su ermita rupestre, que se levanta al lado de la carretera, es una de las dos únicas que todavía permanecen abiertas al culto (la otra es Santa María de Valverde).
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Sin embargo, tal vez, la auténtica sorpresa para el viajero llegue en Arroyuelos, donde podrá visitar, semiescondida en la parte alta del caserío, una nueva iglesia excavada en la roca. Es la única que tiene dos pisos y se cree que fue construida en el siglo IX por cristianos provenientes de Andalucía que trajeron consigo las influencias árabes que rezuman los elementos de la ermita, como el ábside de herradura.

A pesar de que no es difícil que el visitante encuentre cerrado el cenobio, podrá visitarlo solicitando la llave de la verja al «encargado» de la aldea (este mismo sistema funciona en la mayoría de ermitas del valle).

A la misma altura que Arroyuelos, pero al otro lado de la carretera se halla San Martín de Elines, localidad en la que se alza solemne y orgullosa una magnífica Colegiata Románica del siglo XII, la joya románica del valle.

Desde el exterior, el templo se presenta como un edificio uniforme del que sobresale una hermosa torre cilíndrica, pero es el especial ambiente interior el que acaba por cautivar al visitante. Destacan los pétreos sepulcros románicos y góticos del claustro ajardinado, que se mantiene al aire libre y donde también se pueden contemplar pilas bautismales o piezas de antiguos arcos.
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Llaman también la atención las hermosas pinturas murales románicas, que son las únicas que se conocen en Cantabria.
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Dejamos atrás la colegiata de San Martín de Elines para visitar Villaescusa de Ebro, donde al parecer existe una ermita bajo una cascada natural llamada El Tobazo.
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El acceso no es fácil (hay que dejar la carretera por un sendero rural), pero merece la pena.

Terminamos así esta sugerente y casi mística ruta de las ermitas rupestres, aunque antes queremos dejar constancia de que los cenobios que hemos conocido son sólo algunos ejemplos, tal vez los más interesantes, de las muchas iglesias excavadas en la roca que existen en Valderredible.
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Dejándose guiar por su intuición, el viajero interesado podrá descubrir otras ocultas ermitas, a pesar de que, como ya hemos dicho, para su localización deberá solicitar información a los lugareños en más de una ocasión.

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1 comentario:

sonofanarchy dijo...

Desde cuando la Torre de los Bustamante está en Bustamante?...